En el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, AEON invita a reflexionar sobre el papel del profesorado en la detección y prevención del bullying.
Cada primer jueves de noviembre, la UNESCO celebra el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, incluido el Ciberacoso. Es una fecha para recordar que la violencia entre jóvenes no es un asunto menor ni una etapa inevitable del crecimiento, sino una realidad compleja y dañina que afecta la salud emocional, el desarrollo académico y la convivencia en el aula. Este es un día para reflexionar sobre un tema que compete a toda la comunidad educativa: cómo pueden los docentes identificar, actuar y prevenir el acoso escolar desde su práctica cotidiana.
Hablar de acoso escolar es hablar de poder, de relaciones y de silencios. No se trata de un conflicto puntual ni de una simple “pelea entre niños”. El acoso es una conducta de maltrato intencionada y reiterada en el tiempo, en la que una o varias personas ejercen dominio o exclusión sobre otra que se encuentra en una posición de vulnerabilidad. Puede expresarse a través de agresiones físicas, insultos, burlas, aislamiento social o difamación. Y hoy, más que nunca, se extiende también al espacio digital, en forma de ciberacoso, donde el anonimato y la viralidad amplifican el daño.
Pese a la gravedad del fenómeno, muchos casos permanecen invisibles. La víctima suele callar por miedo, vergüenza o desconfianza; el grupo, por indiferencia o temor a ser señalado; y el adulto, a veces, por desconocimiento o por la dificultad de intervenir en una situación emocionalmente cargada. Sin embargo, el profesorado ocupa un lugar privilegiado para romper ese círculo de silencio. Su contacto diario con el alumnado, su capacidad de observación y su papel como referente emocional lo convierten en el primer eslabón de detección y acompañamiento.
La importancia de mirar con atención

Detectar el acoso escolar exige una mirada sensible y constante. Las señales rara vez se presentan de forma explícita, y por eso es necesario estar atentos a los pequeños cambios. Un alumno que de pronto se muestra retraído, que pierde interés por el aprendizaje o que evita ciertos espacios del colegio puede estar enviando un mensaje de auxilio. También lo puede estar haciendo quien se vuelve irritable o agresivo, o quien empieza a aislarse sin causa aparente.
El profesorado conoce bien las dinámicas de su grupo y puede identificar cuándo algo se altera en el clima de la clase. El descenso en el rendimiento académico, la ansiedad al entrar al aula, los comentarios burlones normalizados, o incluso los silencios colectivos ante determinadas situaciones son señales que merecen atención. No se trata de etiquetar ni de buscar culpables, sino de reconocer que la convivencia se construye también a partir de los gestos que se callan.
Actuar con rigor y con humanidad

Cuando un docente sospecha que puede haber un caso de acoso, la actuación debe ser prudente pero decidida. Ignorar o minimizar la situación solo contribuye a perpetuarla. Lo primero es garantizar la seguridad y el bienestar de la posible víctima, ofreciéndole un espacio de escucha confidencial y empática. Es importante no prometer silencio absoluto —pues el caso deberá comunicarse al equipo directivo o al responsable de convivencia—, pero sí asegurar que se actuará con discreción y respeto.
Toda intervención requiere recoger información con objetividad: anotar fechas, lugares, personas implicadas y cualquier otro detalle relevante. Este registro, además de aportar claridad, evita juicios precipitados. A partir de ahí, es fundamental activar el protocolo de actuación del centro, siguiendo los pasos establecidos por la normativa educativa de cada comunidad autónoma. El docente no debe asumir la responsabilidad en solitario: el trabajo coordinado con tutores, orientadores, dirección y familias es esencial para abordar el problema de manera integral.
Al mismo tiempo, la intervención no puede limitarse a castigar o separar. El acoso escolar se sostiene en una dinámica grupal donde los observadores, muchas veces, refuerzan con su silencio la posición del agresor. Por eso, trabajar con el grupo es tan importante como atender a la víctima. Promover conversaciones sobre respeto, empatía y consecuencias del maltrato ayuda a que el alumnado entienda que intervenir, denunciar o apoyar no es “chivarse”, sino asumir responsabilidad colectiva.
La prevención como cultura de aula

La prevención del acoso no empieza cuando se produce un caso, sino mucho antes, en el modo en que se construyen los vínculos y se gestiona la convivencia. Cada clase puede convertirse en un espacio donde el respeto sea una norma vivida y no solo un cartel en la pared.
Para lograrlo, el profesorado puede integrar de manera natural en su práctica actividades de educación emocional, que ayuden a los alumnos a reconocer sus emociones y las de los demás, y a expresarlas de forma sana. Dinámicas cooperativas, proyectos de aprendizaje entre iguales y espacios de tutoría grupal son herramientas muy útiles para fortalecer los lazos del grupo. La inclusión activa —esa que no deja a nadie fuera del juego, del grupo de trabajo o del chat— es una de las mejores medidas contra el acoso.
También conviene trabajar la ciudadanía digital. El aula ya no se limita a las cuatro paredes del colegio: las redes sociales, los mensajes y los grupos en línea forman parte de la vida cotidiana de los estudiantes. Hablar sobre privacidad, respeto y consecuencias del uso irresponsable de la tecnología ayuda a prevenir el ciberacoso antes de que aparezca.
El docente como referente emocional

Ser profesor hoy no es solo transmitir conocimientos; es, también, acompañar procesos humanos. En un contexto donde las redes y la inmediatez a menudo diluyen la empatía, la figura del docente se convierte en un modelo de cómo relacionarse desde el respeto y la escucha. Mostrar coherencia entre el discurso y la acción —es decir, tratar con dignidad incluso a quien ha ejercido el daño— es una lección que el alumnado nunca olvida.
A su vez, los docentes necesitan espacios de formación y apoyo emocional. Afrontar casos de acoso puede generar estrés, impotencia o incluso miedo a equivocarse. Compartir experiencias, recibir asesoramiento y trabajar en red con el equipo educativo fortalece la capacidad de respuesta y evita el aislamiento. La prevención del acoso no puede recaer sobre hombros individuales: es una tarea colectiva que involucra a toda la comunidad educativa.
Educar para convivir

El acoso escolar no desaparece solo con sanciones o protocolos. Se erradica cuando la escuela asume su papel como referente de convivencia, donde cada alumno aprende que la diferencia no es motivo de exclusión, sino una oportunidad de crecimiento. Cada gesto de empatía, cada conversación honesta, cada mirada atenta del profesor contribuye a ese cambio cultural que necesitamos.
Este Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar nos invita a recordar que enseñar también es cuidar. Que detrás de cada historia de dolor puede haber un adulto que escucha, que detecta, que interviene. Y que, en esa acción silenciosa y valiente, el profesorado sigue siendo la mejor garantía de que nuestras aulas sean lugares donde todos puedan aprender sin miedo.
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