El español en el mundo

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Como afirma el dicho, «se quiere lo que se conoce y se cuida lo que se quiere». Pues bien, uno de los bienes culturales primordiales de todos los que compartimos el español como lengua materna es nuestra propia lengua, sin menoscabo para quienes sean bilingües o se desenvuelven con más o menos competencia en otras, o también para aquellos que utilicen el español sin que este sea su idioma materno. En esta cuestión, todo suma y, en cualquier caso, podremos sentirnos parte no solo de nuestra propia cultura, sino también partícipes de otras y sentirlas asimismo como propias, al menos, en parte.

Sabemos que la lengua materna es la primera que se aprende, la que, con los años, debería convertirse en el principal instrumento de pensamiento y comunicación de una persona. Somos conscientes, asimismo, de lo importante que es sentir aprecio por el entorno cultural propio e identificarse con él, pues es la mejor manera de incrementar el sentimiento de pertenencia a una sociedad determinada y el deseo por conocerlo mejor, de quererlo y protegerlo.

Aunque lo cuantitativo no deba ser el único factor a tenerse en cuenta a la hora de evaluar el español, puede ayudarnos a situarlo en el mundo y contribuir a que los estudiantes lo valoren en su justa medida y tomen conciencia del enorme patrimonio que poseen. Nuestro idioma es una lengua romance que procede del latín hablado en la Península ibérica. En la actualidad, es el segundo idioma del mundo por número de hablantes nativos.

En 2020, algo más de 585 millones de personas lo hablaban (el 7,5 % de la población mundial), de los que 489 lo tenían como lengua materna. De estos últimos, 45 vivían fuera del mundo hispánico, sobre todo en los Estados Unidos. En términos económicos, se estima que los hablantes de español en el mundo tienen un poder de compra equivalente al 9 % del PIB mundial. Ya puestos en los datos, puede señalarse que es la lengua extranjera más estudiada tras el inglés, en competencia solo con el chino mandarín y el francés.

Es también uno de los seis idiomas oficiales de la ONU además del inglés, francés, ruso, chino y árabe, y el segundo en la mayoría de las plataformas digitales.

Las lenguas romances en la Península ibérica aparecieron cuando el latín dialectal hablado evolucionó hasta no poder considerarse ya esta lengua, lo que ocurrió a partir del siglo v, tras las invasiones de los pueblos bárbaros procedentes del norte de Europa, hasta el siglo ix aproximadamente.

En este periodo, según algunos de los principales estudiosos del español, como es el caso de Ramón Menéndez Pidal, existiría un romance peninsular más o menos común que sería anterior a la llegada de los musulmanes, que también contribuyeron al enriquecimiento del idioma (el superestrato del árabe dejaría una huella indeleble en su léxico), y a la expansión de los futuros reinos cristianos, que marcarían el nacimiento de todas las lenguas romances peninsulares, entre ellas, del castellano (o español, más adelante, una vez que trascendió el marco geográfico que la vio nacer), que es el objeto de nuestro artículo.

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Tener conciencia de lo que la lengua significa es tenerla de nuestra historia y patrimonio. Al margen de las diferentes interpretaciones que puedan realizarse, que no vienen al caso, en el año 1492, se produjeron diversos acontecimientos de indudable relevancia histórica para el futuro de España y del español: la toma de Granada, con la consiguiente y definitiva salida de los musulmanes de la Península ibérica, el descubrimiento de América, que marca el inicio de lo que más tarde sería el Imperio español, y la aparición de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, la primera que se hizo de una lengua romance.

Este eminente humanista, a pesar de su impresionante formación clásica y de su dominio del latín, colocó la lengua castellana en la base de la formación académica.

Cuando aún no había imperio ni podían imaginarse las dimensiones que adquiriría, tuvo la certeza de que la lengua sería su compañera, de que su gramática permitiría estudiarla y aprenderla a quienes no la dominaran desde su infancia, de que estaba al servicio de la unidad de la nación y de que fijar sus usos evitaría cambios indeseables que pudieran hacer peligrar su existencia en el largo plazo, como anteriormente había ocurrido al latín, y debería servir como vehículo de transmisión, para la posteridad, de los acontecimientos que tuvieran lugar.

En este sentido, no debe olvidarse el trabajo de los cronistas que, pasados los años, acompañaron a los descubridores en América y que desempeñaron una labor similar a la de los historiadores actuales al contar los hechos ocurridos, evitar así su olvido, e informar sobre la geografía y modos de vida de los indígenas en aquellas lejanas tierras recién descubiertas. Por supuesto, tampoco faltaría la dosis correspondiente de propaganda política.

Entroncando con la importancia que reviste la protección de un bien cultural tan significativo como es la lengua materna, debe señalarse la función que realiza la Real Academia Española, fundada en 1713. Es una institución cuya misión principal, según sus propios estatutos, «es velar por que los cambios que experimente en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico».

En esta labor, no está sola; cuenta con la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) que, desde 1951, colabora de manera estrecha en este mismo fin. Son veintitrés estas academias. Se encuentran en países en los que el español es lengua oficial, más en otros tres en los que no lo es (Filipinas, Estados Unidos e Israel).

Una lengua como la española, con una implantación enorme, no solo debe ser protegida para preservar su unidad e idiosincrasia, también puede ser difundida, pues indudablemente despierta gran interés fuera de los territorios que constituyen su ámbito natural (su dominio podrá ser un factor decisivo en el currículum profesional de cualquier persona). Para este fin, se creó el Instituto Cervantes en 1991, una institución pública que cuenta con centros en más de cuarenta países y en cerca de noventa ciudades. Además de difundir la lengua española, promueve la cultura tanto española como hispanoamericana.

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