(Autor: Fadel Akhamlich)
La mejor manera de celebrar el Día Internacional para la Conmemoración y Dignificación de las Víctimas del Genocidio y para la Prevención de ese crimen es exigir e insistir en que no solo no tengan lugar este tipo de crímenes, sino que, además, bajo ningún concepto se acepte mirar hacia otro lado cuando ocurran y lo sepamos.
Origen del término
El término «genocidio», según el diccionario de la RAE, alude al exterminio de personas por motivos «de raza, etnia, religión, política o nacionalidad». Como concepto es relativamente reciente y fue creado por el jurista polaco de origen judío Raphael Lemkin, que lo incluyó en su libro El poder del Eje en la Europa ocupada (1944) con la intención de que la justicia internacional lo reconociera como delito tipificado.
Legislación del genocidio
Fue empleado por primera vez en algunas de las sesiones que tuvieron lugar durante los Juicios de Núremberg pocos meses después del colapso de la Alemania nazi en 1945. En ellos, algunos de sus principales líderes, representantes de los distintos ámbitos en los que se repartiría el poder del país, se sentaron en el banquillo para responder por las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, que ellos mismos provocaron en gran medida, y en las que muchos tuvieron una participación activa y entusiasta.
Sin embargo, el término genocidio, para gran decepción de su creador, y por qué no, del sentido común y de la dignidad humana, no aparece mencionado ni una sola vez en las casi 200 páginas de la sentencia.
La razón hay que buscarla, más que en una carencia en este nuevo concepto, en el temor de Estados Unidos y Reino Unido a que se volviera contra sus intereses:
- Por el trato humano dado a la población negra dentro de sus propias fronteras
- Por el trato aplicado a las poblaciones autóctonas en muchas de sus colonias
Pensemos, por ejemplo, en la hambruna que costó la vida –tirando por lo bajo– a más de un millón y medio de personas en Bengala (1943) cuando enormes cantidades de alimentos se desviaron en su totalidad hacia las tropas británicas entonces en guerra en lugar de mantener a sus legítimos propietarios en la India.
A la imagen de Winston Churchill, entonces Primer Ministro y tal vez el político más valorado de la historia, este dramático acontecimiento no ha parecido pasarle factura.
A pesar de todo, a finales de 1946, el delito «crimen de genocidio» se incluyó por primera vez en la legislación internacional, en la resolución 96 de la Asamblea General de la ONU.
El genocidio no fue solo nazi
Los genocidios, por supuesto, han tenido lugar con más frecuencia de la cuenta a lo largo de la historia y, obviamente, mucho antes de que el término se aplicara a tal realidad, por ejemplo, el genocidio armenio cometido por Turquía entre 1915 y 1923. Al margen de la brutalidad que esto implica, lo que nos importa, más que identificar países culpables, es la hipocresía de las potencias que utilizan la terminología según su conveniencia o denuncian estos crímenes aberrantes solo cuando les conviene.
Ejemplo fragrante de esto último fue que Estados Unidos ignoró lo que estaba sucediendo en la Camboya de los jemeres rojos entre 1975 y 1979. en la que se asesinó a más de una quinta parte de la propia población simplemente por resultar sospechosos de pensar de manera distinta a la oficial.
Llevar gafas convertía en intelectual a cualquier persona y, por tanto, en enemiga del orden establecido, lo mismo que ser considerado más blanco de lo considerado normal era peligroso porque equivalía a no ser trabajador del campo, que era para lo que iba a quedar la población del país, un territorio arruinado que, en pleno siglo XX, volvía a la Edad Media.
La razón de no querer reconocer el genocidio que estaba ocurriendo fue que los camboyanos eran enemigos declarados, a su vez, de Vietnam, país con quien Estados Unidos había estado en guerra hasta muy poco antes. Ni que decir tiene que Estados Unidos y Reino Unido no permitieron nunca que se abordara la cuestión de este genocidio en la ONU.
Tampoco Francia, por centrarnos en otro de los países con mayor tradición democrática del mundo, puede sacar pecho de su historia. En cierta medida, fue responsable, entre otros hechos no demasiado gloriosos, del genocidio ocurrido en Ruanda en 1994. No fue capaz de ver –quizá no le convino– que su apoyo a un régimen corrupto terminaría costando la vida a más de 800 mil personas.
Según Josep Fontana, este país proporcionó entrenamiento a buena parte de las milicias que luego estarían directamente implicadas en el genocidio y le vendió armas y cientos de miles de machetes, facturados como material para uso agrícola, con dinero destinado para ayuda al desarrollo.
Reflexión
No se trata de señalar a los países que han actuado de manera tan mezquina y ruin, que también, sino poner de manifiesto las ambigüedades que con excesiva frecuencia se hallan presentes en las relaciones internacionales, donde lo aberrante puede llegar a ignorarse si interesa por motivos espurios que bajo ningún concepto deberían aceptarse.
Desgraciadamente, todas las naciones que en algún momento han tenido cierto poder han actuado así. La nuestra, como casi todas, también, aunque ahora su peso en la escena política sea menor y, por eso, pase más desapercibida.
Los crímenes, aunque afecten solo a una persona, deben denunciarse de manera insistente. Únicamente así podremos aspirar a un mundo más justo.
Mientras tanto, seguimos señalando a determinados dictadores por su conducta, sin duda criminal, con los que además se aplican sanciones justas, mientras que otros, porque tienen riquezas o petróleo cometen asesinatos incluso fuera de sus fronteras sin consecuencias de ningún tipo.
NOS QUEDA AÚN MUCHO CAMINO QUE RECORRER.