(Autor: Fadel Akhamlich)
La caída del Muro de Berlín
La caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989) marcó el fin de una era. Para entender lo que supuso, debemos volver la mirada a lo ocurrido bastantes años antes: el surgimiento de la Guerra Fría tras la debacle de la Alemania nazi en 1945, cuando se pusieron de manifiesto ciertas diferencias irreconciliables entre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, hasta entonces aliados, y sobre todo entre la URSS y los EEUU.
Estos dos países, las nuevas superpotencias, representaban dos modos antagónicos de entender la realidad. EEUU se erigió como el país líder del sistema capitalista, del libre comercio, de las libertades individuales. Mientras, la URSS se convirtió, además de en un sistema totalitario y cruel, en la gran valedora de las ideas comunistas.
La lucha nada soterrada entre ambas potencias produjo, entre otros muchos efectos negativos, la fuga por motivos económicos y políticos de infinidad de ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana (RDA) hacia el Oeste. Muchos de ellos iban desde Berlín, motivo por el cual, las autoridades comunistas decidieron construir el muro (agosto de 1961), también conocido como el Muro de la Vergüenza, para limitar la libertad de movimiento de los habitantes.
El acceso al poder de Mijail Gorbachov en la URSS (1985) supuso el inicio de grandes y rápidos cambios para la economía y la política. Sus ideas reformistas, aperturistas y de transparencia, que en buena medida se le irían de las manos, contribuyeron de manera decisiva a la caída de los regímenes comunistas en Europa del Este (que iniciaron el camino hacia la democracia, y también al colapso y desintegración de la propia URSS en 1991). Antes de que esto último sucediera y como consecuencia de estas mismas políticas aplicadas en la URSS, tuvo lugar la caída del Muro de Berlín antes mencionada.
¿Realmente estamos en una nueva era?
Muchos creyeron entonces que empezaría una nueva etapa, mucho mejor, pero no fue exactamente así, y problemas muy serios están tensando en los últimos años las relaciones entre los distintos países y también las vidas de la mayoría de los habitantes del planeta.
A raíz de la caída de las economías socialistas, el capitalismo, ya sin la necesidad de mostrar su rostro más amable —hasta ese momento se asociaba la idea del Estado de Bienestar a su modelo económico—, y con la excusa de la necesidad imperiosa de mantener la competitividad de los países y las empresas en un mundo global, se ha dedicado a precarizar de manera sistemática las condiciones laborales de millones de trabajadores por todo el planeta.
Por otro lado, el surgimiento de una nueva potencia, China, que también aspira a aumentar sus zonas de control político y económico, ha tensado en buena medida las relaciones internacionales. Ejemplo de ello es la actitud que tres países anglosajones (EEUU, Reino Unido y Australia), que buscan reforzar su presencia en el sureste asiático, han mostrado al decidir producir y disponer de una importante flota de submarinos nucleares en la zona, a costa incluso de crear un importante conflicto con un supuesto aliado, Francia, tras romper unilateralmente un contrato millonario firmado por Australia para construir submarinos convencionales.
Por último, otros importantes retos están complicando enormemente el panorama mundial: la COVID-19 y el cambio climático. Este último, por sus peligrosísimas consecuencias a medio y largo plazo, está poniendo en peligro aún más las relaciones internacionales porque los intereses de muchos países no parecen coincidir con lo que la realidad del planeta nos viene señalando a través de demasiadas evidencias hasta ahora ignoradas en buena medida.